martes, 9 de diciembre de 2008

LA ULTIMA VEZ (PARTE III)

Ella se quedó dormida unos instante al lado de él, se sentía tan protegida, tan suya que no le temía a nada, solo rogaba poder termina su vida al lado de ese hombre que tanto amaba.
Mientras ella dormía él la contempló largos minutos, unas lágrimas rodaban por su mejilla. La amaba. Le pertenecía. Era su mujer y él su hombre. Quería amarla y cuidarla siempre, pero no podría, pronto él ya no estaría, el cáncer se lo consumía por dentro, día con día. Se había enterado hacía poco más de seis meses. Ella nada sabía. Quizás le quedaba unos meses o una semana, él no lo sabía.
Cuando ella despertó, lo primero que vio fueron sus ojos mirándola, le sonrió y lo beso tiernamente en los labios.
Se levantó para buscar más vino, él la observó caminar desnuda por la habitación. Parecía un ángel: tan blanca, tan llena de brillo. La deseó más que nunca, como si fuera la última vez que estaría con ella (y quizás lo sería). La llamó, ella se volteó y le regalo una sonrisa y un gesto de “ya voy”. Trajo el vino, le sirvió una copa a él y tomó la de ella. Brindaron por el amor, por estar siempre juntos. Ella le hizo jurar que siempre estarían juntos, que nunca se dejarían. El se lo prometió, con un nudo en la garganta, que casi le impidió hablar.
La empezó a besar apasionadamente, la tocó, la acarició, la excitó como solo el sabía hacerlo. Ella miró sus ojos y vio un dejo de tristeza, pero solo fue un instante. No entendió. Quiso preguntar, él se percató y con un dedo puesto en los labios de ella silenció esa pregunta tan temida, y le dijo que quería hacer el amor, con su mujer, con ella, que era la mujer más amada del mundo.
El estaba recostado, con su miembro rígido, erecto. Ella lo miró y lo deseó. Se montó encima de él. Puso su pene en posición y se lo introdujo poco a poco en su vagina, él la sintió húmeda, ardiente, que le quemaba como el fuego, sentía la presión que ella ejercía en su miembro como lo aprisionaba y lo succionaba. Ella comenzó a moverse acompasadamente, sin prisas, luego más y más rápido. El le empezó a pedir más y más, que se moviera así, furiosa, gatuna, que no parara. Ella, mientras su cadera se movía cadenciosamente sobre el cuerpo de él, lo besaba, le mordía los hombros, le apretaba el pecho, gemía y gritaba expresando así el placer que sentía, el calor que le producía el tenerlo dentro. Le tomó las manos y las aprisionó sobre la cabeza de él, quería ser la dueña de la situación, quería gozarlo. Sus movimientos eran cada vez más candentes, unos errores de sincronía que no importaban, se disfrutaban, se deseaban. El sentía el fuego de ella, ese fuego que abrazaba su miembro y lo hacia desear no parar, sentía la humedad de ese sexo que tanto conocía, sentía el aroma que ella expelía cuando sudaba al hacerle el amor, ese olor a piel que era solo de ella, no entendía como esa niña fuera tan mujer y que con sus movimientos pudiera hacerlo perder incluso la razón. Mientras ella sentía ese miembro rígido palpitante dentro de su ser, el sabor de la piel de él en su boca, hacer el amor con el era como tocar el cielo con las manos, era sentirse un solo cuerpo con el.
Llego el momento esperado, ese momento en donde ellos se harían uno con el universo, ese orgasmo que los unía cada vez más el uno con el otro. Pero esta vez fue extremo, especial. Duro más tiempo, casi una eternidad, sus gemidos y sus gritos, daban a entender que eran uno. Lo estertores de los cuerpos no cesaban, convulsionaban al más pequeño movimiento la pasión se desbordaba por sus poros, el placer era infinito. Nada se comparaba a lo que sentían en ese momento un placer extremo que casi les quitaba la respiración, cruzaron una mirada y fue como si en ella se declararan todo su amor sin decir palabras.
Ella quedó tendida sobre él. El la abrazo, beso su frente y sin que ella se percatara otra lágrima cayo, le había dado sus últimas energías a ella, pero estaba feliz, ella se merecía eso y mucho mas, y se dijo a si mismo: “si he de morir quiero hacerlo siendo feliz”.
Fue la última vez que hicieron el amor. Poco después el empezó una agonía lenta y descarnada. Ella lo veía morir un poco más cada día. Se le desgarraba el corazón ver, como el amor de su vida le era arrebatado, sin remedio. Nunca dejo de tener la esperanza de que el se salvara, que un milagro le permitiera amarlo toda la vida, que le permitiera cuidarlo y serle fiel durante toda la vida.
Lo acompaño en toda su agonía, rememorando los tiempos que pasaron juntos, las locuras que hicieron, lo mucho que se amaban. Lloraba a escondidas, sin que el la viera, temía que si el la veía llorar perdiera el buen animo que tenia.
El la miraba y veía el sufrimiento en sus ojos, y por mas que ella se reía el sabia que su alma se estaba muriendo junto con el, su última noche, poco antes de morir, hablo con ella, le dijo: Amor mío, yo me moriré y tú lo sabes. Quiero ser solo un capitulo en tu vida, debes escribir otras historias, vuelve a enamorarte, no dejes pasar la oportunidad de ser feliz. Yo te cuidare desde el cielo, pero tú debes vivir, ser la mujer preciosa y buena que yo he conocido. Se que llegara alguien que te amara, y yo velare para que eso sea así.
Fue la última vez que hablaron y se besaron.
Ella aún lo llora, de vez en cuando lo siente abrazarla, sabe que quizás es solo su imaginación, pero le gusta sentirlo junto a ella.
Se convirtió en una especie de espantapájaros, alguien sin emociones. Un día recordó las palabras de el, y sin querer abrió su corazón al amor. Lo encontró, pero también lo perdió. Pero esa, esa es otra historia.

Fin.

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